Mi abuela nos levanta. No hay necesidad de baño. Nos ponemos los pantalones y las botas y comemos algo rápido, un huevo, un jugo, y de un salto al carro que huele a naranja madura y tierra, donde aunque no dormirmos caemos en un sopor mientras subimos a la montaña y nos hundimos en la niebla y el mareo. Pronto empezamos a bajar, hay música, mi abuela reza, y estamos en la plaza de mercado, cargamos bolsas hasta el carro, y después en la casa vieja, donde comemos morcilla, longaniza, pasteles de arracacha. Al fondo suena mansa la quebrada. Dan ganas de nunca despertar.