media tarde

El sol pega pero no quema. En la playa no hay restos de moluscos y el olor a pantano me confunde. Espero todavía el sabor a sal. Un domingo recién llegadas, a finales de noviembre de 2014, caminamos hasta el final. Hacía un frío espantoso que quemaba la cara y hielo entre las piedras; dolía respirar. Asocio esa sensación con mis llegadas a Bogotá de vacaciones cuando era pequeño. Apenas me bajaba del avión en El Dorado aspiraba el aire frío (nunca tanto como acá, pero ártico en comparación al de Montería) y lo dejaba arder en la garganta, bajar a los pulmones y atibiarse. Así sabía que estaba de vuelta en la montaña.