media mañana

Ya casi no le entiendo a la hija cuando me habla en cualquiera de esas lenguas que habla, incluso cuando habla en la que pensaba que era mía. Lo acepto como parte de la experiencia de crianza que hemos, hasta cierto punto, elegido. Creo que ella tampoco entiende lo que le digo pero no siento que sea algo que la agobie o la incomode, eso es importante. La incomprensión que compartimos enfatiza también nuestras afinidades, esos pequeños puntos de contacto como el aprecio por la música pop y la aritmética. Se me hace que se sobreestima la necesidad de entender, de intercambiar claridades. A veces es hasta contraproducente. Lo mejor, con frecuencia, es encontrarse y comulgar en la confusión. Aprender a desconocerse.