Tenemos una máquina para remar. Nunca había usado una máquina de ejercicio. La idea de la bicicleta estática me deprime. Esta es agradable. Calcula metros de ejercicio. No sé qué quiera decir con eso. Parte del ejercicio, supongo, es mentalizarse en que esos metros que suma y suma tienen un significado, que corresponden a algo en la realidad analógica, que me llevan hacia alguna parte. Ayer hice mi serie de dos mil metros mientras oía a un hombre en Chile narrar el estado (congelado) de la reforma constitucional. Me pregunto mientras remo y oigo al chileno qué se sentirá remar de verdad y, de paso, hacia dónde me gustaría ir si pudiera elegir. Oí a alguien hace poco contar viajes en su infancia con su papá por ríos en Alaska. Esa es una dimensión que desconozco y no sé si sabría llevar con dignidad. Además esos viajes son el terreno más próspero para las abducciones extraterrestres, algo que no sé si estaría dispuesto a sobrellevar de nuevo a mi edad. Pienso también en los navegantes polinesios y sus naves siempre estáticas cuya orientación minuciosa conjura tierra en la distancia. (Alguna vez, con ese ritual, inventaron lo que ahora es Chile.) Creo que prefiero esa perspectiva del destino. Solo me hace falta el ruido del agua.