Tengo una mesa de trabajo que me permite trabajar de pie. Hay discusiones sobre los riesgos de trabajar de pie. Algo sobre las rodillas o alguna otra coyuntura. Tal vez sea peor a la larga. Trabajar sentado también es desaconsejado. Quizás trabajar sea el problema.
Lo mejor de trabajar de pie es que puedo bailar mientras escribo, o reviso mensajes, o intento dilucidar lo que quiere decir esta documentación obtusa que pretende describir un fragmento del futuro que nos corresponde. Así siempre estoy de fiesta y nadie me puede ver. Es ideal.
Afuera hay perros. Decenas de perros corretean en el parque. Se acercan, saltan, me sonríen. Parecen constantemente maravillados con la vida. Si de mí dependiera sería un perro también. Sus humanos, atentos, se aseguran de que el encuentro sea apacible, de que nada pase a mayores, de que reine la concordia.
Un humano tiene dos cachorros de la misma edad. Cada vez que alguien le habla de sus perros su respuesta converge a memorias sobre su perro anterior, un golden retriever que se fue hace poco. Se le nota que lo extraña. Todavía lo ve caminar a su lado.
Otros, una pareja, sobreprotegen al perro y parecen decepcionados de que sea un perro. Como si vivieran con la ilusión de que alguna vez tal vez será un niño de verdad. Hay varios así. Parecen asqueados con los perros ajenos.
Nuestra perrita hace parte del comité de bienvenida al parque. Recibe a cada perro que llega y se asegura de que se sienta visto. Su compañía constante durante mis jornadas de trabajo en la casa también es eso para mí. Entiendo el valor de su gesto.
Leo El Mundo de la Percepción de Merleau-Ponty. Dice algo intrigante sobre nuestra renuencia a negarle validez a la percepción y remplazarla por una capa de teorías, de formalizaciones, que se supone objetivizan, decantan y aclaran el universo. Creo que tiene razón. Creo que un efecto de estructurar el mundo, de volverlo pensamiento, de racionalizarlo, es que dejamos de verlo. Ahora que lo escribo y releo, eso es parecido a lo que dice el protagonista de Men in Black. Es una película profunda en su simpleza.
Me imagino que no entendí bien lo que dice el señor Merleau-Ponty. Esa es siempre una posibilidad. Cada vez me entero de menos. De pronto para bien.