noche

El código de ayer para dibujar los patrones (que @moebio llama ahora textiles) no era muy adecuado para entenderlos pues se concentraba, sobre todo, en dibujarlos. Una representación matricial resultaría más apropiada.

Más …

mañana

No sé por qué alguna vez, tras darle de comer pasto un rato a alguna vaca en Pacho, resolvimos revisar si nos lamería la cabeza. Tal vez era algo relacionado con la expresión “lamido de vaca” para describir ese peinado engominado hacia atrás que estaba tan de moda. Como sea, sin remilgo me acerqué a la vaca y le ofrecí mi cabeza hasta que la vaca con paciencia empezó a peinarme con su lengua rugosa a gestos largos y podría decirse incluso que metódicos. Parecía una limpieza. Se me ocurre ahora que tal vez fuera una forma de comunicarse conmigo porque no siento que me mordiera. Entendía, quizás, que era un gesto sobre todo social, de confianza, de reconocimiento del otro y hasta apoyo a su manera. Quién sabe qué me diría. No sé si debí lamerle la frente también.

noche

No sé cuántas veces se fue la luz mientras vivía en el pueblo. Recuerdo, y probablemente esta sea una memoria falsa, semanas enteras con luz apenas ocasional cuyo regreso abrupto sólo servía para quemar electrodomésticos. Si no estoy mal así perdimos al menos un televisor. A veces el calor era tan abrumador que ni siquiera se podía dormir, así que reposaba de espaldas en la cama con los ojos cerrados por horas y rezaba para que la electricidad regresara y el ventilador con ella. Nada me hacía creer tanto en Dios, y odiarlo, como ese calor infernal.

mediodía

Pertenezco a la clase privilegiada de oficinistas que reciben comida en el trabajo. Es generalmente buena comida, variada y abundante. Debido a mis problemas de salud debo ser cauto al elegir. Procuro limitarme a un plato pequeño y una sopa o ensalada dependiendo de la temporada. También debido a mis problemas de salud necesito comer a diario a exactamente la misma hora so pena de dolores varios y otras incomodidades. Me concedo una hora de descanso para comer aunque muchas veces termino en apenas diez minutos, así que aprovecho para tomar el sol en el balcón o voy a una de las cafeterías del edificio y me preparo un café con leche en hielo. Cuando me cansa el olor a nada de la oficina, cosa frecuente, salgo afuera. Hay un sitio de donuts miniatura a pocas calles que es pura felicidad. Las venden por docenas, recién preparadas y calientes, con una taza de café negro. Perfectas para sentarse en el parque a esperar que la próxima reunión me invoque. Después de comer soy más persona.

noche

En la finca de El Refugio se hacía de noche temprano porque casi no había luz y la gente hablaba más bajo de noche no sé por qué. Tal vez porque sin los ruidos de los animales parecía que la voz llegara más lejos y eso siempre daba miedo, que lo oyeran a uno, que supiéran cuántos éramos. Hablaban en el comedor y de vez en cuando había una pausa porque alguien oía algo, así que miraban a lo lejos hasta que reconocían la luz y adivinaban quién podría ser a esa hora. O la desconocían, en cuyo caso el silencio se prolongaba más mientras determinaban para dónde iba o si venía. A nadie le gustaban las visitas.

media mañana

Cuando me entra pereza de gente me quedo en la casa, acompaño a la hija al colegio y después camino de regreso con escala en el café Tango (café con leche deslactosada) y después en la tienda de comic, donde elijo un par de libros al azar del estante de novedades. El barrio es amigable y tranquilo, y lo suficientemente cerca del centro para además ser conveniente. Fue afortunado que eligiéramos este apartamento para vivir. No entendíamos la ciudad bien cuando llegamos y algunas de las otras zonas que contemplamos eran, en retrospectiva, una pésima idea. Ya llevamos cinco años largos acá. Los vecinos de casa duran dos años a lo más. Casi todos siguen el mismo patrón: después de un tiempo consiguen un perro y a los pocos meses se van. Ayer se fueron los dueños de Otto, por ejemplo. Quién sabe cuándo nos iremos nosotros. No tenemos afán.

mañana

Soy más persona a esta hora. Por eso llego temprano a la oficina, antes que el resto, y después de revisar el calendario del día tomo notas para aclarar lo que me importa. A eso de las nueve empiezan a llegar mis compañeras. Por lo general tengo tiempo para prepararme un agua de yerbas y diagramar cómo me siento y qué me preocupa. A las diez arrancan las reuniones y las saco de a una al tiempo, sin mente. Tomo notas en el cuaderno y hago preguntas. Intento atender, explicar y entender. Me gusta hablar con otras personas pero también me desgasta. Necesito tiempo para mí para poder estar para las demás. Por eso me escondo en las esquinas.

atardecer

De tarde la bicicleta rinde más. El viaje hacia el trabajo es lento, meditado; recorro mentalmente las tareas del día e imagino conversaciones que debo tener, las proceso antes de que pasen porque me atormenta no tener palabras cuando las requiera. El viaje de regreso en cambio es decidido, a veces incluso más apurado y temerario de lo que convendría considerando todos mis miedos. Me impulsa la promesa de las voces en la casa, sus ruidos, sus historias, verlas reírse, sentirlas cerca, ser compañía. Es el lugar donde siempre quisiera estar.

media tarde

El sol pega pero no quema. En la playa no hay restos de moluscos y el olor a pantano me confunde. Espero todavía el sabor a sal. Un domingo recién llegadas, a finales de noviembre de 2014, caminamos hasta el final. Hacía un frío espantoso que quemaba la cara y hielo entre las piedras; dolía respirar. Asocio esa sensación con mis llegadas a Bogotá de vacaciones cuando era pequeño. Apenas me bajaba del avión en El Dorado aspiraba el aire frío (nunca tanto como acá, pero ártico en comparación al de Montería) y lo dejaba arder en la garganta, bajar a los pulmones y atibiarse. Así sabía que estaba de vuelta en la montaña.